Si tuviéramos que
describir lo que es nuestro niño interior, podríamos hacerlo diciendo que es la
creatividad, la espontaneidad, la risa floja, el llanto sin medida, hacer
muecas tontas porque sí, el desperezo al levantarse, el contacto físico, la
amistad desinteresada, el compartir por el simple placer de hacerlo, la
inocencia, la alegría de vivir, y en definitiva,todas esas cosas que nos
enseñan que a determinada edad debemos controlar o dejar de hacer. Pero nuestro
niño interior no desaparece en la vida adulta, simplemente está olvidado,
reprimido, oculto, triste, por eso hay muchas personas que viven con un semblante gris.
Cuando reprimimos los
impulsos de nuestro niño interno, nuestro ser adulto se convierte a veces en alguien
frío, distante o que constantemente se queja de todo lo que le pasa. Las
heridas emocionales que sufrimos cuando éramos crios también pueden seguir
ocultas, latentes en ese niño, y estas salen a la superficie muchas veces en
forma de creencias, comportamientos, miedos y limitaciones de todo tipo.
El trabajo con nuestro
niño interior es un ejercicio de reflexión, en el que visualizamos
nuestra vida, nos preguntamos en que punto nos encontramos y como hemos llegado
hasta aquí, que vivencias han
determinado nuestro posicionamiento en la actualidad, en el "aquí y
ahora", que heridas del pasado siguen abiertas, sin sanar debido a
estímulos o a algo demasiado intenso como para poder ser manejado y que nos
impide estar en paz con nosotros mismos. El afrontamiento es el método para
superarlo.
Por otra parte, la expresión corporal y
facial son herramientas muy utiles para contactar con ese niño
divertido y espontáneo olvidado. A través de ellas tratamos de liberarlo de los
condicionamientos que impone la adultez. Damos rienda suelta a posturas,
gestos, sensaciones y emociones que apenas si recordábamos, produciendonos
bienestar físico y psicológico.
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