Lento para mirar como se despereza el día.
Lento para no quedarnos en lo aparente e ir
más allá de la primera impresión.
Vivir lento para sentir cada beso, cada
abrazo, cada caricia,.
Lento para percibir olores que nos trasporten
a la niñez, al mar, al campo.
Lento para escuchar la melodía de la vida que
nunca calla.
Muy Lento para cobijar unas manos amigas o
amadas y notar la calidez que sólo añoramos cuando nos faltan.
Lento para perdernos en sonrisas y miradas.
Lento para oir los mensajes que nuestra mente
y nuestro cuerpo nos gritan a voces.
En definitiva, lentos para embriagarnos de
vida. Ana Adarve. Psicóloga.
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