Nuestro cerebro tiende a
recordar con mayor facilidad los acontecimientos negativos que los positivos, y
eso es algo lógico si tenemos en cuenta que su principal función es la de
preservarnos de todo aquello que nos pueda dañar a nivel físico y emocional y
así garantizar nuestra supervivencia. Pero hay que tener cuidado con el uso que
hacemos de esas experiencias negativas, ya que pueden condicionarnos tanto que nos impidan
avanzar y tener una vida plena. "SI"
a valorar lo vivido, pero "NO"
a crearnos esquemas fijos que nos hagan estimar situaciones parecidas como
iguales, porque nunca debemos de olvidar que es muy difícil por no decir
imposible que esos acontecimientos se
produzcan en las mismas circunstancias o condiciones, siempre hay algo que
marca la diferencia, sin ir más lejos, nosotros mismos, que a través del tiempo
también cambiamos. Esos "esquemas fijos", nos vuelven poco flexibles
y son los que nos hacen generalizar, nos hacen juzgar a personas con el mismo
rasero, no arriesgar en las relaciones, no empezar nuevos proyectos por
fracasos anteriores, tener miedo de amar, y en definitiva, autoprotegernos
tanto hasta el punto de no vivir.
Sin duda, la experiencia es
un grado, y un mecanismo de defensa que impide que nos vayamos dando golpes a
diestro y siniestro y nos ayuda a adaptarnos al entorno, pero no es menos
cierto que nuestra parte emocional también juega un papel fundamental en
nuestras decisiones, por lo que no debemos hacer oídos sordos y buscar un
equilibrio entre la razón y el corazón. Quien no arriesga en la vida no pierde,
pero jamás tendrá la oportunidad de ganar y vivir experiencias maravillosas.
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