Cuando una pareja asiste
a terapia, llega con dos ideas erróneas preconcebidas. Una de ellas es que la
terapia no servirá para nada y la otra que el terapeuta les aconsejará la
separación si su situación es tan conflictiva. Nada más lejos de la realidad.
La función del psicólogo es la de mediar y conciliar en un intento de recuperar
el diálogo que en la mayoría de los casos se ha perdido. Lanza dudas,
interrogantes, alternativas, posibilidades,
provocando así la reflexión tanto a nivel personal como de pareja.
La palabra ruptura no
aparece, o si lo hace se contempla como última alternativa, sin embargo, si se
habla de recuperación, como un acto de responsabilidad en la que ambos miembros
se deben implicar. En este proceso la labor del psicólogo es la de orientar y
reconducir, pero nunca dirigir, y mucho menos decidir, las decisiones solo
pueden provenir de la pareja.
Es curioso ver como a
medida que avanza la terapia muchas personas manifiestan que no conocían a su
pareja, y no es extraño, cuando falla la comunicación nos formamos concepciones
equivocadas de lo que hay en la mente del "otro", concepciones que
nos predisponen para rechazar todo lo demás. Cuando se consigue que el diálogo
fluya, además de proporcionar una descarga de tensión, éste facilita el
descubrimiento de esas partes perdidas que en la mayoría de los casos nos
devuelve una imagen mucho más positiva de esa persona con la que un día
emprendimos un proyecto común.
La terapia de pareja no
siempre consigue salvar la relación, pero desde luego si propicia la
comunicación, el entendimiento, y en caso de ruptura conservar una buena relación que en muchos
casos se transforma en una amistad
duradera, y eso, sobre todo cuando hay hijos de por medio, ya se puede
considerar una gran victoria.
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